sábado, 8 de noviembre de 2008

Cannot escape the fate

La lluvia seguía cayendo y el seguía ahí, dejando que el humo de su cigarro le bañara los pulmones, relajándole, robándole poco a poco los segundos de tiempo que esperaba no vivir.

Ella, como era lógico, le hizo esperar un poco y apareció saliendo de la puerta de su portal, maldiciendo la lluvia, quejándose de que se le desharía el peinado. El sonrió. Le encantaba. Ella sonrió también, le besó, le pidió que le perdonara y obtuvo una sonrisa como contestación. Le acarició una mejilla con la mano ligeramente húmeda por la incesante lluvia.

Juntos se pusieron a recorrer las calles de la ciudad, sólo iluminada por la luna ,las farolas y algún coche. Andaban cogidos de la mano; ella, hablando sin parar de todo lo que se le ocurría, él, se limitaba a mirarle a los ojos y sonreírle. Desde el primer día que vio esos ojos verdes no pudo apartar la vista de ellos, no lo decían todo, tan solo lo que el necesitaba oír.

No tardaron mucho en llegar a la cafetería, cerraron el paraguas, lo dejaron en la entrada junto al resto. Se sentaron en la mesita de la esquina, dejaron sus abrigos en una de las sillas. Ella sacó el teléfono del bolso, lo puso encima de la mesa de mármol, y se sentó, mientras él se acercaba a pedir fuego a otra mesa.

Se sentó a su lado, le cogió la mano y le pasó una calada, tosió, y no pudo evitar reírse, le miró con cara de enfado, que pasó a ser una cara radiante cuando la besó.

-¿Qué queréis?-se acercó el camarero-.
-¿Qué quieres pequeña?-Dijo mirándole a los ojos-.
-Lo mismo que tú.
-Entonces queremos Vodka-dijo mirando de nuevo al camarero-.
-Enseguida.- Dijo mientras se retiraba a la barra.
-Supongo que ésta es la última ...-Empezó diciendo él
-¡Dijimos que no hablaríamos de eso! –interrumpió ella-No hoy...
-Aquí tenéis las bebidas, serán nueve euros .

Ambos se dieron prisa en pagar la cuenta, y justo cuando él estaba a punto de pagar, ella
lo detuvo y le instó a que se esperara.

-Quedamos que pagaría yo-dijo seria-así que espera.
-Pequeña da igual..
-No da igual ,-Le da el dinero al camarero, que se retira- además a donde voy no necesitaré nada...
-Dijiste que no hablaríamos de eso...
-Y no vamos a hacerlo si me respetas un poco por una vez.
Cogió el vaso, lo miró un segundo, y después lo bebió, notaba como se iba deslizando por la garganta, dándole calor y dejándole ese sabor en la boca.
-¡Pequeño!-dijo mientras le sonreía- no te pongas así, hoy no puedes estar triste.
La noche acabó antes de lo deseado por los dos, hacía frío, seguía lloviendo, no se veían casi coches por las calles. Andaban despacio, muy despacio, y aun así la vuelta se hizo efímera.
-Entonces, esto es un adiós,...
-No iba a ser un cuento de hadas eternamente, los dos sabíamos que esto...

No podía seguir hablando, ella se le lanzo, dándole un abrazo, llorando, dejando que una parte de ella muriera con él. Pasó una hora. Ella se metio en el patio, el se quedó fuera, sacó el tabaco de su chaqueta, se quedo mirándolo un instante, sacó un cigarro, se lo puso en los labios, lo encendió, y dejó que el humo entrara, matándolo, relajándolo, extasiándolo, era su placebo, nada podía salvarlo.

Caminaba por las calles como hacía meses que no hacía, solo, empapado, frió, y deseando que la muerte llegara y le besase. Se sentía un desgraciado, un iluso, un desdichado, sentía que nada importaba realmente.

Solo ella lo había amado tal y como era, solo ella lo había querido como el necesitaba ser querido. Y entonces Dios decide que una de sus células ha de meta estatizarse y convertirse en el cáncer que le alejará la felicidad.
...
Pasaron los días, los meses, perdió la conciencia del tiempo, volvió a intentar suicidarse, pero, muy a su pesar, no era lo bastante cobarde, o lo era más de lo que pensaba. Hubieron noches llenas de diversión, noches llenas de mujeres, de sexo, de odio, de peleas, noches en que solo su corazón parecía darle la característica de estar vivo.
Y entonces volvió, una noche, tirado en su cama, arrancando algunas notas de su guitarra, sonó su teléfono, era ella, había vuelto.

No le dio muchos detalles de su estancia en el hospital, ni le supo decir cual era su estado de salud, simplemente estaba allí, estaba allí con él, con él por una noche.
Tan pronto como llegó se fue. Al día siguiente, su madre le gritaba desde el coche diciéndole que entrara, se giró a darle un beso y se fue.

Pasaron no más de dos semanas, o de dos meses, volvió a sonar el teléfono, una lágrima resbaló por su mejilla, no dijo nada. Con el tiempo, fue aprendiendo a morir en vida, a vivir si sentir nada, sin preocuparse por nada más que por seguir viviendo, muy a su pesar.

Con el tiempo intentó convencerse de que ella había sido una oportunidad para ver las cosas y que él era un afortunado que debía actuar ahora y luchar contra sus problemas. El psiquiatra tampoco pudo ayudarle y decidió que era demasiado inofensivo para ingresarle.

Vivió una vida vacía, una vida cómoda, sin grandes lujos, sin ninguna complicación.
Pensaba con cierta frecuencia en ella, sabiendo que al fin y al cabo era ella, la chica de ojos verdes, el placebo de su vida.

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